Y un día supe que no era la más lista del mundo ni la que más sabía de todo. Entendí que aún me queda mucho por aprender y que lo que hago quizás todavía lo pueda hacer mejor. Me di cuenta que le ponía ganas a todo lo que hacía y que cada día quería llegar más lejos, que tenía en mente a lo que me quería dedicar y que estaba dispuesta a luchar por mis sueños. A dar todo de mí y a hacer todo lo mejor posible.
Pero un día recordé que, mientras tú tienes todo eso en tu cabeza y quieres ir a por todas, hay gente ahí fuera que quiere frenarte. Gente que no te deja empezar a crecer y llegar lejos, que no sabe valorarte ni respetarte, que no te entiende y que te hace a veces un poquito más pequeñita.
Porque mientras tú intentas ganarte la vida y sentirte orgullosa de ello, mientras intentas salir ahí fuera a demostrar lo que vales y dedicarte a eso que llevas soñando tanto tiempo, llega alguien y te pide experiencia de tropecientos mil años, títulos, idiomas y un sinfín de cosas más. Mientras tú le pones ganas, hay alguien ahí fuera que no te da ni una oportunidad, que no confía en ti y que te juzga antes de tiempo. Que no te valora como te debería valorar y que hace contigo lo que le apetece, sin ponerse en tu lugar y sin saber que todos hemos empezado alguna vez.
Ese mismo día comprendí que la vida no me iba a regalar nunca nada y que la suerte no existía, supe que me tenía que ganar cada paso que daba y que sólo con esfuerzo, paciencia y tiempo podría conseguir aquello que tanto ansiaba.
Y que, tarde o temprano, podría saludar desde la meta a todos aquellos que me dijeron que no.